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Entrevista a Raquel Lobatón, nutricionista mexicana contra la gordofobia

“Las dietas no funcionan y hacen daño”

Raquel Lobatón es nutricionista, vive en México y cambió su paradigma en 2018. . Imagen: Gentileza

En 2018, Raquel Lobatón hizo su primer posteo en Facebook en el que empezaba a tomar distancia de su larga vida de nutrióloga convencional, la que receta una dieta -o “plan de alimentación”- para perder peso. Lo hizo con miedo. Allí llamaba a “tener una mirada crítica” sobre los mensajes que “sólo siguen fomentando una obsesión enferma con la alimentación y el cuerpo”. 

En todos estos años, Raquel se dedicó a elaborar “nutrición incluyente”, investigar, escribir e intervenir en las redes sociales con un mensaje que señala y combate la gordofobia. Contra la corriente hegemónica, muestra con evidencia científica que las dietas son una mentira.

Las dietas no solo no funcionan, si no que hacen daño porque en este círculo, en este ciclo interminable se va deteriorando nuestra relación con la comida y nuestra relación con el cuerpo”, señala esta nutricionista.

Este año, Random House publicó su libro “Tu peso no es el problema”, que en la Argentina -hasta ahora- sólo está disponible en e-book, a través de bajalibros.com

Raquel viaja por toda América Latina llevando un mensaje disruptivo, basado en la evidencia científica, que alienta a todas las personas a aceptar que cada cuerpo tiene un tamaño, descriminalizar la gordura y desmitificar ese gran dispositivo de control -y generación de riqueza para una industria millonaria- que es la cultura de las dietas. Raquel vive en México, tiene 295 mil seguidores en Instagram, donde ataca sin tregua la discriminación por peso.

La capacidad pedagógica de Lobatón queda en evidencia en cada posteo, en cada taller que brinda a lo largo de América Latina, en cada línea de su libro.

¿Qué pasaría si un estudio médico indica que las personas altas están enfermas y es por su culpa? es una de sus desafiantes preguntas que utiliza en un reel de Instagram para mostrar lo ridícula y nociva que es la patologización de la gordura a través del cuestionado Índice de Masa Corporal (IMC), un número arbitrario que todavía se utiliza para indicar dietas en millones de consultorios de todo el planeta.

Tus ideas son contrarias a la mayor parte de lo que se escucha y lee sobre el cuerpo, el peso, lo saludable. ¿Qué recepción tuvo este planteo de que el peso no es un problema de salud?

–Esto viene de seis años atrás, desde 2018. Evidentemente al principio hubo muchísima resistencia porque son narrativas que contradicen muchas de las creencias que tenemos alrededor del peso, la salud, la alimentación. Pero, poco a poco, como lo narro en el libro, fueron ganando terreno en el mundo de habla hispana. Porque si bien esto es relativamente nuevo en este mundo, ya es un enfoque de salud que ya tiene muchos años, desde los años 80, 90, manejándose en espacios angloparlantes. Entonces, la gente que me ha seguido en redes sociales desde entonces, quizás se ha ido deconstruyendo junto conmigo, y para esas personas, recibir el libro fue como recibir compilado todo aquello de lo que hemos hablado tanto tiempo.

¿Y para las personas que no vienen siguiendo tu trabajo?

–Evidentemente, para la gente que lo está leyendo por primera vez y no había oído nada de esto, puede ser bastante retador y chocante? Y puede haber mucha resistencia, aunque yo creo que las personas que han sido dietantes crónicas y que han pasado la vida intentando perder peso, a pesar de que puede ser shockeante y puede ser disruptivo, también puede ser sumamente liberador y les hace mucho sentido, porque se identifican con muchas de las cosas que que se dicen ahí.

Me interesa que hablemos del concepto de privilegio delgado, que fuera de los activismos gordes, es muy poco conocido.

–Recién empezaba yo este camino y me topé con el concepto. Primero yo misma dije ¿qué es esto del privilegio delgado? Y me bastaron cinco minutos para comprenderlo. O sea, en el momento en que lo nombras y lo explicas, te das cuenta que vivimos en un mundo que otorga privilegios a las personas delgadas. Y que como persona delgada, que lo fui toda la vida, no me había ni siquiera dado cuenta. Porque una persona raramente es consciente de sus privilegios, hasta que no se lo señalan. ¿Qué quiere decir esto del privilegio delgado? Sabemos que en las teorías de justicia social se utiliza mucho el término de privilegio versus opresión. En los sistemas de opresión vemos un sistema de privilegio donde las personas que pertenecen a grupos oprimidos carecen de ciertos o muchos privilegios, que simplemente disfrutan las personas que están en los grupos privilegiados. Lo entendemos en teorías raciales o en teorías de género. Sabemos que hay “male privilege”, un privilegio del hombre sobre la mujer o el “white privilege”, de las personas blancas sobre personas racializadas, entendiendo que los sistemas de opresión han hecho que las personas que se encuentran en la cima de las jerarquías sociales disfruten de privilegios que las otras personas que no están en estos grupos no disfrutan.

¿Y cómo funcionan esos privilegios en cuanto a la gordura y la delgadez?

–Las personas delgadas tenemos el privilegio de poder encontrar ropa de nuestro tamaño en cualquier espacio, de caber cómodamente en cualquier espacio público, tenemos el privilegio de que si vamos a un médico, atiende nuestros padecimientos y nos escucha, no nos dice automáticamente todo es por tu peso y lo único que tienes que hacer es bajarle a las harinas y los azúcares. Tenemos el privilegio también de que nuestro cuerpo está representado en los medios de comunicación como lo aspiracional, lo bello, lo adecuado. Tenemos el privilegio de que la gente no hace juicios de la misma forma que en las personas gordas, tampoco por nuestra forma de comer. Es decir, yo me puedo comer tranquilamente una hamburguesa con unas papas de McDonald’s y no voy a ser juzgada de la misma forma que una persona gorda que hace lo mismo. Entonces, eso es el privilegio delgado. Yo tengo acceso a más oportunidades y beneficios en esta sociedad, por el simple hecho de ser delgado. No es algo que yo me gané o me merezca. En este camino es importantísimo que las personas delgadas cobremos conciencia de esos privilegios.

El amor propio es una de las armas de la cultura de las dietas ¿Cómo los analizás?

–Creo que este concepto del amor propio es un cliché. ¿Qué quiere decir amor propio? ¿Cómo medimos si alguien tiene amor propio o no? Creo que parte también de un discurso también sexista, porque se nos hace sentir a las mujeres más. A los hombres raramente les hablan de amor propio. No digo que no, pero no de la misma forma. ¿Qué es el amor propio? ¿Cómo se mide? ¿En qué momento creímos que el amor propio implicaba ser delgada? Porque esa es la lectura, es si no eres delgada es porque no tienes amor propio, porque te falta, porque no te estás cuidando. Lo digo entrecomillado. Porque la cultura de dietas nos hizo creer que restringir nuestra alimentación, no comer lo suficiente, pasar hambre incluso, es un acto de autocuidado, en la medida en que estemos adelgazando. Y justamente eso no es una medida de autocuidado. No comer lo suficiente es justamente no cuidar nuestro cuerpo. Es tan absurdo no comer lo suficiente como no respirar lo suficiente, no beber lo suficiente o no dormir lo suficiente. Que los prescribieran como medida de salud o de amor propio.

Raquel Lobatón pasó de ser nutricionista especializada en dietas a ser activista de la diversidad corporal.

Hay un concepto de neoliberalismo magro, que trabajan Laura Contrera y Nicolás Cuello que habla de la gordura asociada a la pobreza. ¿Cómo pensás esta cuestión?

–En el libro cuento que los orígenes de la gordofobia tienen raíces racistas, para eso cito en el libro Fearing the Black Body: The Racial Origins of Fat Phobia, de Sabrina Strings, donde hace un análisis muy muy completo y profundo sobre este tema. Entendemos que la gordofobia surge en el siglo XVIII, a raíz de la población europea tratando de diferenciarse de la población negra. O sea, mujeres blancas tratándose tratando de alejarse de la negritud, entendiendo que los cuerpos de las mujeres negras eran más voluptuosos, por genética son más grandes sí y entonces empieza a asociar lo gordo con lo inferior, con lo decadente, con lo goloso, con lo indeseable. Entonces, hay una necesidad de diferenciar aún más la blanquitud de la negritud, como aspirando a esta delgadez y entonces empieza a surgir toda esta cultura de dietas y de la delgadez.

-¿Considerás que sigue funcionando en la actualidad?

–Creo que hoy en día es una manera de diferenciarnos, nuevamente, de la pobreza. En la medida en que más delgada soy, más me alejo de esta gordura que está estigmatizada como de los pobres que “comen mal”. Y ¿por qué hay más gordura en clases bajas que en clases altas? Si es que la hay, no sé si en todos los contextos. La verdad es que tampoco tengo las cifras. Creo que es muy complejo, que no tendría que ver nada más con el tipo de alimentación, como se cree. También sabemos que vivimos en un mundo donde se paga más a las personas delgadas y entonces quizás eso ha hecho que las poblaciones gordas se hayan empobrecido más.

Es decir que para vos también hay una causalidad inversa.

–The Economist tiene un estudio muy interesante, que se llama The economics of thinness, (la economía de la delgadez), que muestra que las mujeres delgadas en el mismo puesto ganan más que las mujeres gordas. Entonces, creo que es sumamente complejo, pero que también pudiera tener que ver con este componente de falta de acceso a tiempo para preparar alimentos, pero también tiempo y espacios para el movimiento físico placentero. Y, nuevamente, ¿quienes hoy en día tienen tiempo y recursos para llevar esto que llaman dieta saludable y pasar horas en el gimnasio? Las poblaciones privilegiadas económicamente. Esta brecha ahora se va a hacer mucho, mucho más grande, con la llegada de estos medicamentos como el Ozempic, que son carísimos y que entonces ¿quiénes son las personas que tienen accesos a estos medicamentos? En el libro no hablo del Ozempic, porque tiene enormes efectos secundarios, nuevamente se están vendiendo sin ningún tipo de responsabilidad, se están promoviendo como la panacea, cuando el rebote también es inminente. ¿Quiénes son las personas que tienen acceso a este medicamento que aquí en México está costando alrededor de mil dólares por mes? Quien puede pagar eso.

Uno de los puntos de tus libros es lo importante la industria de las dietas vendiendo algo que nunca puede ser satisfecho, que es una delgadez para siempre.

–Exacto, la industria de las dietas es una industria multimillonaria, que genera, según los datos que tengo en el libro, los últimos que yo consulté, más de 72.000 millones de dólares anuales solo en Estados Unidos y más de 250.000 millones de dólares anuales en el mundo. Probablemente, ahora ya es más. Es una industria que tiene la estrategia perfecta para seguir generando siempre. Yo digo que la estrategia de marketing es la siguiente. Primero, invento un problema que no existe, te hago creer que tu cuerpo es un problema a resolver. Que tienes que adelgazar sí o sí, porque es la única forma en que puedes seguir habitando este mundo, siendo más delgada. Bajo todos estos argumentos, que es por salud. Te hago creer que tienes un problema, que tu cuerpo es un problema. Te vendo una supuesta solución a este problema. Te vendo esa solución, compras mi programa, mi servicio, mi dieta, mis productos y con eso vas a llegar a esta delgadez para siempre. Tú empiezas a utilizar el programa, el servicio, etcétera y pierdes peso, sólo temporalmente, porque está demostrado y soy muy reiterativa en el libro con este punto.

“El ozempic se está¿ vendiendo sin ningún tipo de responsabilidad, se está promoviendo como la panacea, cuando el rebote también es inminente”.

Esa mentira está muy extendida, y en tu libro te dedicás a desmontarla.

–Lo recalco muchas veces, porque creo que es importante que quede clarísimo que no existe a la fecha una sola forma que haya demostrado que se puede perder peso y mantenerlo en el largo plazo. No existe. A la fecha, está documentado que el 95 por ciento de las personas que pierden peso con cualquier intervención, cualquiera es cualquiera, lo recuperan en un periodo de entre 2 y 5 años. Y dos terceras partes suben más de lo que habían bajado. Entonces, el rebote es inminente. Cuando rebotes te digo que es porque tú no tuviste fuerza de voluntad, porque no fuiste lo suficientemente disciplinada, porque no mantuviste “los buenos hábitos”. Y entonces tú te crees ese cuento de que es tu culpa, recuperas el peso y compras otra dieta, que es más de lo mismo con otro nombre. Te hacen creer que cada vez hay algo revolucionario, innovador. Le cambian de nombre. Todas son lo mismo, siempre digo la pechuga con lechuga. Y entonces vuelves a entrar en el ciclo y te pasas la vida entera pensando que tú tienes la culpa porque no has podido llegar a esa delgadez eterna.

Las dietas son contraproducentes. ¿Por qué decís eso?

–Las dietas no solo no funcionan, si no hacen daño porque en este círculo, en este ciclo interminable se va deteriorando nuestra relación con la comida y nuestra relación con el cuerpo. Hacer dieta es el factor de riesgo número uno para desarrollar un trastorno de la conducta alimentaria. La enorme mayoría de las personas que tienen un trastorno empezaron con su primera dieta o con una dieta. Es la dieta, la restricción la que te lleva a caer en este trastorno. Pero aunque no caigas en el trastorno, estas dietas te llevan a comer cada vez con más culpa, a tener más miedo a la comida, a tener cada vez más reglas de alimentación, a tener más atracones, a tener más episodios de comer escondidas, más vergüenza sobre tu comida, pero también una peor relación con tu cuerpo, porque todo el tiempo estás pensando que tu cuerpo es inadecuado y cada vez estás haciendo más esfuerzos por cambiarlo cada vez odias más tu cuerpo. Entonces daña nuestra salud física, pero también la salud mental, la emocional y la social. Y la financiera, cuánto dinero nos gastamos en eso.

Se insiste mucho en la idea de que la dieta es necesaria para tener buena salud. ¿Por qué pasa esto?

–Nos hacen creer que hacer dieta es por salud, cuando está demostrado que los ciclos de pérdida y ganancia de peso, inevitables con las dietas, deterioran la salud y favorecen estados inflamatorios, que podrían incrementar el riesgo de padecer un montón de enfermedades. Entonces, las dietas no solo no funcionan, sino que también hacen daño.

En tu libro lo planteás como un puente, ya que la aceptación del propio cuerpo en una sociedad que te culpabiliza no es fácil.

–Por supuesto que este no es el camino fácil. En el libro también hablo de una analogía, siempre digo que recuperarnos de la cultura de dietas, en esta sociedad, es el equivalente a una persona con alcoholismo que está tratando de rehabilitarse en el bar, donde todo el mundo está bebiendo alcohol, no es que nada más se ve alcohol, también te invita a copas. Te aplaude cuando las tomas y además, tu médico es el barman. Es el que te sirve la copa, el que te prescribe la dieta. Entonces, por supuesto que no es fácil. Es retador, no es un camino sencillo, pero es un camino que se puede andar, que muchas personas ya están andando y muchas otras ya anduvieron. No sé ni creo que haya un destino final, donde uno llegue y diga “ya terminé”, ahora ya no deseo nunca ser delgada y vivo en paz en mi cuerpo, soy feliz para siempre. No creo ni siquiera que exista eso de vivir felices para siempre en ninguna circunstancia, pero sí creo que hay personas que llegan a ese momento donde pueden habitar sus cuerpos en paz. 

¿Qué se puede hacer para empezar a cruzar ese puente?

–Un paciente me dijo “si alguien me hubiera dicho cuánto iba a cambiar mi vida tan solo con comprar una talla más de calzones, hace mucho que los hubiera comprado”. Dos cosas tan sencillas como usar ropa cómoda, como sacar ropa del clóset que ya no me queda entendiendo que la ropa se debe adaptar a mí y no yo a la ropa, y también hacer comunidades, pues es bien importante encontrar otras personas que estén haciendo este mismo trabajo para no hacerlo sola. Básicamente, son algunas de las estrategias, hay muchas más. Poner límites a las personas que opinan sobre nuestros cuerpos o nuestra forma de comer.

Sos formadora de nutricionistas en toda América Latina ¿qué es lo primero que les decís a las nutricionistas que por primera vez hacen una formación con vos?

–Que se tengan paciencia, esto no es fácil. Más que paciencia mucha autocompasión. No es fácil reconocer que muchas de las cosas que nos enseñaron en la carrera no hacen sentido, no son ciertas, que hicieron daño. Reconocer que hicimos daño, ser muy autocompasivo y entender que hay otra forma de ejercer nuestra profesión. Creo que algo bien importante es escuchar las voces de los consultantes, pregúntale a tu consultante cómo se ha sentido toda esta vida tratando de perder peso, cómo ha sido su camino en el mundo de las dietas.

¿Están logrando iniciar el cambio de un paradigma tan hegemónico como el de la cultura de la dieta?

–Hay días en los que me siento súper empoderada y hay días iguales donde me siento en el hoyo. ¿Por qué? Pues porque así es. De pronto, cuando estamos dando un curso para nutricionistas y tenemos tantas asistentes y vemos que hay tantas alumnas en veintitantos países del mundo que se están deconstruyendo, me da mucha esperanza pero de pronto hay días donde veo que la industria de las dietas viene con todo, donde veo cómo las farmacéuticas nos vuelven a bombardear con esta idea de la patologización de la gordura, cuando veo a un montón de resistencia por parte de colegas y de otros profesionales de la salud. Entonces, obvio que vamos ganando terreno. Cuando empecé, hace seis años, no conocía a nadie hablando en español del tema. Hoy somos un montón, cada vez más, si te metes a Instagram hay un montón de nutricionistas ya con este enfoque. Pero de ahí a que ya hayamos conquistado… No, no, no, no, no. Estamos nadando a contracorriente, contra mareas todavía. Pero ahí vamos, vamos a seguirle. 

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