Los popularmente llamados “hongos” son una afección que irrita la piel, generalmente en lugares húmedos del cuerpo. Al margen de los consabidos remedios y especificaciones, algunos médicos recomiendan la exposición al sol de la parte afectada o bien la aplicación, preventiva, de talco. Si el lector padece de alguna clase de hongos se le recomienda mucho cuidado, especialmente si opta por la última de las posibilidades de curación.
El consejo viene a cuento porque según la ministra de Seguridad el talco y la cocaína son muy parecidos y a veces difíciles de distinguir, tal como le ocurrió a un grupo de gendarmes de Mendoza que durante un operativo descubrieron que un pasajero del ómnibus que revisaban llevaba cocaína disimulada como talco. Procedieron especialmente por el curioso síntoma de advertir que “parecía nervioso”. Resultó que la sustancia era talco común y corriente, pero al portador le costó una veintena de días de detención.
Es más que evidente que la “boutade” de la ministra pretendió justificar el error de los gendarmes, pero en realidad sus palabras no hicieron más que confirmar la cierta vocación papelonera que caracteriza al gobierno en general y a la funcionaria en particular.
Para mal de sus males, la ministra venía de sufrir un par de golpes realmente duros: varios miembros de esa fuerza armada resultaron ser responsables de contrabando en la frontera con Bolivia, donde no le hacían asco a nada y no se confundían con talco.
El otro suceso que afectó a Bullrich es de mayor entidad y sospecha: un avión proveniente de Bolivia, portador de casi media tonelada de cocaína, traspasó la frontera y hasta fue escoltado por dos aviones de la fuerza aérea; posiblemente aterrizó en el sitio debido, en la provincia de Santa Fe, pero las autoridades judiciales y policiales –que supuestamente debían haber sido advertidas por las cadenas radiales de seguridad— tardaron más de media hora en arribar al sitio del aterrizaje, aunque alcanzaron a detener al piloto de la máquina que estaba en plena huida. El operativo en general duró horas hasta concretarse. Y aquí otro detalle sugestivo y hasta misterioso, podría decirse: el conductor del avión no era un vulgar piloto sino un alto mando de las Fuerzas Armadas bolivianas que, para más, había violado un arresto domiciliario en pro de hacerse el viajecito. También resultó ser un golpista para con el gobierno de Evo Morales.
La habitual conferencia de prensa con la que quieren hacer mérito las autoridades argentinas pareció que también apuntaba a otro objetivo: propiciar la idea destinada a impulsar la política del gobierno para que las Fuerzas Armadas intervengan en cuestiones de seguridad interior, algo tarea con la que los militares no quieren saber nada, posiblemente escarmentados con su triste actuación durante la última dictadura y el indudable hecho de que su entrenamiento no apunta a la labor policial.
A la ministra y sus adláteres también se les hará difícil explicar cómo fue que el número de envases de cocaína que formaba el cargamento se conocía por anticipado, antes de que procedieran a incautarlo las autoridades.
Tantas sugerentes irregularidades tuvieron un buen resumen en la prensa argentina: “El problema es que cada operativo se convierte en un show, un paquete de maniobras en el que se hace evidente el vínculo con la ultraderecha regional y el encubrimiento de las ineficiencias de las fuerzas de seguridad”.