Francisco Villar, psicólogo: “No ponemos las emociones como objetivos vitales; son respuestas y no fines en sí mismas”
Miedo, tristeza, ira y felicidad son las cuatro emociones primarias o básicas y tienen como objetivo ayudarnos a sobrevivir. Favorecen las relaciones entre las personas y nos protegen de los estímulos negativos o perjudiciales, o nos acercan a los placenteros.
Las emociones pueden ser nuestras mejores aliadas a la hora de tomar decisiones y actuar. Pero, ¿qué son realmente? ¿Se pueden controlar? Hablamos de todo ello con Francisco Villar, doctor en Psicología por la Universidad Autónoma de Barcelona y experto en prevención de conducta suicida y en terapia familiar.
Villar trabaja como psicólogo infantojuvenil y forma parte del programa de atención a la conducta suicida del menor en el Hospital Sant Joan de Déu. Ha publicado Morir antes del suicidio y Cómo las pantallas devoran a nuestros hijos. Ahora saca al mercado Conociendo mis emociones, un manual para que los niños y jóvenes aprendan a escuchar y validar sus emociones.
¿Qué son realmente las emociones?
Las emociones son una de las mejores estrategias para la adaptación al medio de muchos animales, y es una estrategia esencial para el ser humano. Organizan una respuesta rápida a la información del medio, de los retos que tenemos que afrontar en nuestro entorno, una manera de preparar al organismo de forma global a dar una respuesta urgente a la situación determinada, ya sea una amenaza o una oportunidad.
Entonces, no son ni buenas ni malas, depende del momento, el contexto, ¿no?
Efectivamente, no son ni buenas ni malas, son inevitables, afortunadamente diría yo. En ocasiones se las entiende como herramientas, y en cierto modo si lo son, cuanto más ajustadas estén mejor nos sirven, mejor vivimos. Pero hay una diferencia fundamental con una herramienta y es que no podemos prescindir de ellas. Yo puedo dejar una herramienta muy afilada en una caja después de su uso, las emociones no las podemos meter en una caja, nos acompañan en todo momento, no se activan a nuestra voluntad, y el mayor reto que suponen son aquellos momentos en los que se activan en momentos que no son del todo apropiados. Como si de repente nos apareciera esa herramienta afilada en la mano en un momento inesperado, si eso pasa, por mucho que nos pique la cabeza… es mejor no echarnos la mano a ella.
Pero, desde hace siglos Occidente venera la razón y por eso mismo parece despreciar un poco la emoción…
El problema con las emociones, generalmente, ha venido cuando se han intentado suprimir, eliminar o negar, como digo, algo imposible. De ahí la importancia de la validación emocional, pero también de entender esa validación emocional como lo que es. Me explico, una persona puede tener miedo a una araña inofensiva, o a una aguja.
Pero ¿qué quiere decir validar?
Pues entender que esa persona puede experimentar ese miedo, que ese miedo no lo convierte en un cobarde, que únicamente le queda por delante el farragoso trabajo de tener que afrontarlo. En ningún caso podemos entender que esa araña es peligrosa, ni que no puede hacerse una analítica porque tiene miedo, porque una analítica no solo no es peligrosa, sino que puede ser imprescindible para la detección de alguna patología y de la efectividad de su tratamiento.
La razón es más controlable que las emociones, y la conducta es la más controlable de las tres. En occidente se ha enfocado el conocimiento del ser humano a través de la razón, y a través de acordar una serie de conductas apropiadas a cada situación, una suerte de convenciones sociales. Estas acaban ofreciendo un marco de referencia a las reacciones emocionales, enseñamos a las emociones a adaptarse a ellas. De nada sirve explicarle a la persona del ejemplo que esa araña no es peligrosa y tampoco la analítica, eso son cosas que la persona sabe perfectamente. Lo que tiene que conocer la persona es cómo regular ese miedo y no será a través del razonamiento, sino a través de la exposición progresiva.
Niños y adolescentes viven más cerca de la emoción que de la razón, ¿en eso reside madurar, en pasar al otro lado?
Bueno, aquí hay un proceso de neurodesarrollo, las emociones son básicas, están en lo más profundo de los circuitos cerebrales, un bebé tiene todo el registro emocional, perfectamente identificable en su expresión facial, pero la razón no llega hasta años más tarde, y también de forma progresiva, desde un pensamiento concreto hasta un pensamiento abstracto. Aristóteles ya nos daba pistas de esto, a un adolescente le podemos pedir que sea un matemático, pero no que sea prudente.
Porque el adolescente vive las emociones de otra manera que el adulto, ¿no?El proceso de madurez no tiene un elemento peyorativo, es simplemente descriptivo. El prefrontal es la última área cerebral que madura, y es lo que somos, lo que decidimos, lo que planificamos, no tiene mérito ni demérito. Los adolescentes no viven más cerca de la emoción, la viven con menos frenos, pero no les pasa nada por ello, no están rotos, es la forma en la que han de vivir en esa etapa.
¿Las emociones se pueden controlar? ¿Es eso la inteligencia emocional, ese concepto tan en uso desde Goleman?
Si, seguramente, pero no a los dos años con el NO, la reafirmación, el deseo de autonomía y las pataletas. Tampoco después de los dos años si no has aprovechado todas las oportunidades ecológicas de entrenar elementos básicos como son la tolerancia a la frustración. Aquel escaparate lleno de cosas sin las que crees que no puedes seguir viviendo, aquel camino del coche interminable que acaba terminando. Aún aprovechando esas oportunidades, la regulación emocional antes de los 7 a 9 años es difícil, sigue siendo un reto. A esa edad se produce un cambio, algo mejora, maduran procesos atencionales y parece que uno está más tranquilo. Esa etapa no está exenta de retos, entre otros, el normal miedo a crecer.
Y luego llega la tormenta…Hay una apariencia de calma, una calma que, efectivamente, que precede la tormenta, y entre los 11 y los 13 empieza la traca final. Coinciden los cambios hormonales, con un prefrontal todavía inmaduro, exigencias con los otros, amor, amistad, lealtad, pero todo esto con unos otros desregulados como tu mismo. Mas fácil regularte a los 16 que a los 12, más fácil regularte a los 20 que a los 16. Todo esto, siempre que no te hayan robado las oportunidades de enfrentar tus retos, ya sea por una sobreprotección, ya sea por un abuso de la distracción como elemento de regulación emocional, ya sea con unas experiencias traumáticas acumuladas.
Pero ni una ni cosa ni la contraria… ¿hay que vivir desde la razón pero sin encajonar/acallar las emociones?
Exacto, hay que contar con las emociones como información adicional y probablemente útil para entender el mundo que nos rodea, para orientar nuestras decisiones. Pero no nos pueden guiar como únicos referentes, porque solo son probablemente útiles, y en ocasiones, totalmente inútiles a la hora de guiar nuestras decisiones. Las experimentamos, las aceptamos sin crítica, y valoramos o razonamos si son ajustadas, si nos ayudan, si las surfeamos o si nos zambullimos a esperar que pasen.
Entonces, ¿a la felicidad no llegamos a través de las emociones?A las emociones no las ponemos como objetivos vitales, pues son siempre respuestas, no fines en sí mismos. Es mucho más probable que llegues a una sensación de felicidad si te adentras en el camino de la bondad, o del saber, que si quieres coger directamente el camino de la felicidad. El camino de la felicidad acaba en la insatisfacción y, como todo el mundo intuye, en la actualidad pasa por el consumo, ya sea de objetos o experiencias, así que además de insatisfactorio es tremendamente caro. La bondad no te obliga a consumir, y el gasto del camino del saber es mucho más económico e infinitamente más rentable.
Porque tan importante es razonar como sentir y expresar lo sentido, ¿no?
Exactamente, seguramente con una leve alteración del orden, sentir, razonar y expresar lo sentido. Sin olvidar el último, actuar en consecuencia según lo razonado, tomar la decisión más conveniente, más adaptativa, ya sea tomar en consideración lo sentido como organizador de la experiencia, o, por el contrario, ignorar lo sentido como regulador emocional de la experiencia.